Si eres como yo, este texto puede que enmudezca y haga enrojecer a tus mayores fantasías sexuales… Empecemos 😏

Soy de esas pocas personas que, hoy en día, saben diferenciar entre haber y a ver.
Sé que acabas de sonrojarte… Empiezo duro, lo sé.

Pero no queda ahí la cosa.
Diferencio entre oír y escuchar, entre ay, hay y ahí, y hasta entre valla y vaya.

Es una locura.
Pero nunca digo “habían” porque, alma de pollo, el verbo haber no tiene plural.
Sé que tu corazón ahora late a mil. Respira.

Soy como ese sugar daddy de la ortografía, pero en versión humilde: tu Sugar RAE.

Y ojo, que no todo es gramática.
Aquí viene lo realmente erótico:

Leo libros. 🫦🫦
Sí, de papel, con marcapáginas y olor a tinta, no solo con scroll infinito en la pantalla.

No hay “like” que supere el placer de pasar página, de subrayar, de doblar la esquina de un capítulo favorito, de cerrar los ojos mientras imaginas la escena relatada.

Me gustan las historias que cuentan, las que te seducen despacio, sin notificaciones, sin prisa, con ese suspense que te hace prometer “una página más” hasta que amanece.

Porque, cariño, hay novelas con más morbo que la última infidelidad en La isla de las tentaciones.
Y la diferencia está en que aquí el suspiro lo pone tu cerebro.

Y no, no es postureo.

No leo para la foto ni para presumir de estantería a color por orden cromático.
Leo porque me gusta leer, porque disfruto las palabras y adoro aprender vocabulario nuevo.
Leer no es un acto de nostalgia: es una forma de resistencia, de placer y de inteligencia.
Así que… dime tú si hay algo más sexy que eso.

Pero basta de erudición, hablemos de otro terreno igual de afrodisíaco: la conducción.

Conducción

Pongo intermitentes.
Esas lucecitas que no dan prioridad, pero sí indican lo que vas a hacer.
De nada, coche que venías detrás, ahora sabes que salgo de la rotonda.
Sí, de la rotonda, porque yo aviso cuando salgo, no cuando sigo dando vueltas como hámster mareado. Ese detallito, papi, ya no lo hace casi nadie. 😘

Y no solo eso…

Uso el carril de aceleración para lo que es: acelerar.
No me meto a 40 km/h en una autovía llena de coches a 120, porque cariño, eso sí que es un gatillazo colectivo.

Y el de desaceleración, lo uso para frenar, pero en ese tramo, no 5 km antes creando un atasco mayor que el de tu colon en vacaciones.

Cuando adelanto, acelero.
Porque el adelantamiento es como uno rapidito: eficaz, intenso, sin prolongar la agonía (de tus vecinos).
No me quedo eternamente en el carril izquierdo como ese ex que no se va de tu vida ni con agua hirviendo.

Y si veo un radar que marca 100 km/h, lo paso a 100 km/h.
Ni a 80 como si no supiera matemáticas básicas, ni a 140 creyéndome el prota de Fast & Furious con el coche de mi abuela.
Exacto, niño, 100 clavados.
De locos. De auténticos locos.

Sé que ya estás sudando, pero no te detengas aquí. Puedes aguantar más.

¿Hateo?

No uso Instagram o cualquier otra red social para soltar mi odio y mi falta de amor propio contra el prójimo. No, bebé, yo todavía creo en la generosidad de las personas.
Incluso en este mundo donde el egoísmo es la moda y la empatía está en vías de extinción.

Me tomo las conversaciones como un intercambio, no como un ataque personal.
Ya sé que esto te parece kinky, pero te juro que se disfruta más escuchando que lanzando cuchillos.

Y sonrío.
Sonrío como norma general porque ser amable no cuesta nada.
Me educaron para estar en sociedad, no en la jungla de Twitter (X).

Soy de esos seres mitológicos que se levantan del sitio para contestar una llamada, en vez de gritarle a todo el restaurante mis problemas con la compañía telefónica o contarle mi última derrota al LOL por el manco del top a todo el vagón del tren.

Soy ese unicornio que cuida el descanso de sus vecinos y no hace obras hasta las 22:00h ni taladra a las 15:00h. No porque no pueda, sino porque el civismo me pone cachonda.

Hasta he puesto protecciones en las patas de las sillas y en las puertas de los armarios.
Sí, para que no hagan ruido al cerrarse.
No es decoración, es pura poesía del respeto.

Éxtasis

Y ahora dime, ¿no es este el verdadero erotismo?
El de lo cotidiano bien hecho.
El de la ortografía cuidada, el respeto al volante, el civismo silencioso.

Ese morbo que da lo escaso, lo casi extinto: la educación.

Porque al final, lo que nos pone no es la piel, sino la forma de estar en el mundo.
Y yo, cariño, soy tu filóloga, tu conductora con intermitentes, tu vecina silenciosa, tu amante de los libros.

Tu fantasía más cívica.

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